Escribir para Barthes y Aragon

 

En ambos textos se hace a la ilusión de escritura como movimiento. En esta concepción es tanto a través del baile entre la pluma y la mano de Barthes que lo lleva a “hendir rítmicamente una superficie virgen” como el juego de escribir a escondidas, de “jugar a los secretos”, que describe Aragon es que se vivencia a la escritura como una experiencia en la cual la mano mueve todo lo que el cuerpo siente. Es así que para poner en movimiento las ideas que Aragon tenía en su mente decide pasarlas al papel, y esa actividad ya no lo atraviesa únicamente en lo intelectual sino en lo corporal. Esa necesidad de hacer del movimiento esporádico, como puede ser un garabato, una danza compuesta por secuencia de movimientos que crean una obra, es decir, la escritura. No resulta sorprendente entonces que Barthes hable de la escritura como una practica corporal de goce, la palabra “corporal” aporta un significado distinto, porque no remite al goce en su forma abstracta sino más bien al goce que se inyecta desde la pluma y atraviesa todo el cuerpo. Es por esto que él se autodenomina artista en primer lugar y no escritor, porque el artista a través del impulso que viene de su cuerpo es que crea la obra.  

Podemos entonces identificar a la escritura como una practica que moviliza tanto al escritor como al lector. El escritor es quien elige el salón de danza (puede ser desde en una ciudad llena de luces o en una playa solitaria), el género musical a bailar (poema, novela, cuentos) y le marca los pasos al lector y le enseña a mover el cuerpo, a sentirlo de maneras distintas. Creo que la relación entre el escritor-artista y el lector-aprendiz es única en ambas direcciones.  

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