Borrador de cronica final

 Ya queda poco de este domingo. El sol se aleja y con él la tarde se esfuma. Los postes de luz que hasta ahora eran tan solo palos molestos, ahora nos iluminan caras y crean sombras. Uno tendería a pensar que a partir de este momento la masa que está en el  parque desde las cuatro de la tarde se irá diluyendo; que cada vecino levantará las lonas de la tierra sin pasto y comenzará su camino de vuelta a casa. Allí prepará la cena; mirará de manera desinteresada la televisión; acostará a sus hijos (quienes los tienen) y luego se tirará en la cama con esa pesadez en el estómago que provocan los lunes. Pero hay cierta atracción en el ambiente que nos ancla a este parque de figuras extrañas y música rebelde; una atracción no sucede en todos los parques de la ciudad.

El Parque Rivadavia está ubicado en el barrio de Caballito entre las calles Beauchef, Rosario, Doblas y por supuesto, la Av. Rivadavia. Es un parque mayormente concurrido por una clase media porteña que encuentra en estas seis hectáreas, un lugar donde encontrarse con el sol que no entra a sus departamentos. Pero también con algo más. 

En su cuento “El Sur”, Borges escribe “Nadie ignora que el Sur empieza del otro lado de Rivadavia”. Y es ese mismo Sur en donde el pasado y el presente se yuxtaponen el que se ve en Av. Rivadavia al 4900. 

El Parque posee cuatro entradas. (pero) Desde la principal, uno puede ver cómo una especie de portal de mármol blanco parece aumentar de tamaño al subir uno por uno los escalones. No es hasta que se está relativamente cerca del monumento que se puede leer la inscripción “A Simón Bolívar, La Nación Argentina”. Adelante, la figura del mismo Simón Bolívar arriba de su caballo termina de dar ese aire de honra artificial. Está es la imagen más “representativa” del parque; su identificación con este monumento hecho por el arquitecto José Fioravanti (el mismo escultor que dio nacimiento al icónico lobo marino de Mar del Plata)  en el donde se venera a un libertador de América que poco se estudia durante la escuela primaria (¿Bolívar era colombiano o venezolano?). Pero existen dos presencias que acompañan al prócer que incluso en la oscuridad de la noche primaveral se pueden distinguir. Se trata de dos esculturas femeninas hechas de mármol blanco y de estilo grecorromano. La que está parada a la izquierda de Bolívar tiene la cabeza apoyada sobre sus dos manos y las piernas cruzadas. Tiene la mirada puesta en el centro, como quien en silencio contempla la belleza de alguien o algo que le da cierta esperanza. La que está a la derecha tiene otra actitud corporal, tiene su mano izquierda entre su pelo y su mirada es de completa ignorancia sobre lo que sucede a su alrededor; sus ojos están dirigidos a un horizonte desentrañable, 

Pero nada se sabe de estas estatuas. No hay rastros visibles de sus nombres, ni tampoco en quién pudieron estar inspiradas. Solo están puestas a modo de decoración para acompañar la figura del “gran héroe libertador”. Son cuerpos femeninos sin identidad. Sin historia propia. Casi invisibles.

¿Cómo entonces recuperar una identidad que nunca les fue atribuida? La respuesta a esta pregunta está  los pies de estas estatuas. Alrededor de ellas hay dos grupos de baile, dos clases de tribus, quizás dos mundos. 

Del lado izquierdo, está pegado sobre la pared de mármol del monumento un cartel que en letras rojas y amarillas dice “Tango”. Son alrededor de diez parejas las que se encontraron en este espacio, pero sus pies se mueven tan rápido que parecen multiplicarse con cada paso. Algunos se pasean por detrás de la estatua, otros por enfrente, pero todos la tienen como eje; como centro de gravedad. Con Gardel de fondo, cada pareja se comunica a su manera; hay quienes usan sus pechos como lugar de encuentro, están tan cerca que parecen pegados con plasticola; otras prefieren armar una especie de olla con sus brazos y mirarse a los ojos. También baila una mujer que viste una pollera floreada que le llega hasta los tobillos y guía a su compañero de pantalón blanco. Sí, es ella quien lo guía a pesar de que según las reglas del tango eso sería imposible. 

Hay dos cosas que todos los bailarines tienen: tensión y prolijidad; movimientos rectos; piernas estiradas; brazos endurecidos. Pero la música que los une, se mezcla con una melodía que proviene del lado izquierdo del monumento. La parte que le pertenece a la otra escultura. Allí hay tres hileras de parejas que obedecen a las letras de Romeo Santos. Acá la lógica es moverse con pasión y soltura, sin reglas que se aten a los pies. Hay mujeres que dan vueltas hasta marearse,  hay pasos que se mueven hacia atrás y hacia delante con puños que acompañan el movimiento. Hay risas y charlas indistintas, cabezas despeinadas, una voz que les grita que sigan bailando. Hay parejas que parecen haber nacido escuchando bachata y otras que tan solo se abrazan y dejan que la música los trague. 

Estos dos grupos no compiten, sino que se hunden el uno en el otro; entran casi un choque en donde se redefinen espacios de identidad colectiva. Porque es justamente en noches como estas donde todo lo que ocurre alrededor de aquellas dos esculturas desafía esa precaria idea de identidad nacional que nos enseñaron en la escuela; acá lo tradicional y lo novedoso interactúan de una manera que rechaza adjetivos simplistas. En ese rap que se escucha de fondo; en un Gardel de voz de Abasto; en nenes que le piden a sus madres jugar una vez más a la pelota, en canciones de países calientes. Estamos en eso. Porque la identidad tiene poco que ver con lo enseñado y mucho más con aquello que traspasa el cuerpo; como las miradas de aquellas dos estatuas. 

Luego de buscar por varios lugares encontré en una página de Internet que se llama “Caballito te quiero” los nombres de ambas estatuas. La que se encuentra a la izquierda de Bolívar, se llama La Inspiración; la que está a la derecha se llama La Gloria. El grupo de Tango se pasea por al lado de La Inspiración, el grupo de bachata rodea a La Gloria, y la Gloria es quien no puede dejar de ver ese horizonte desentrañable; esas ganas interminables de jugar al fútbol y no querer irse nunca del parque.

Comentarios

Entradas populares